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El ladrón de historias
#CuentoCorto - 28 MARZO 2022
Se levantaba muy temprano, cuando apenas el sol hace atisbos de salir y se despereza. Un ritual acostumbraba en medio de aquella temprana claridad, beber una taza de café caliente, fuerte como debe ser y con aroma de soledad acompañada y llevarse un cigarrillo a la boca que emitía un humo fantasmal. Esa era la manera de inspirar el día, una dosis fuerte de energía pura metiendo tiro en la recámara. Él salía todos los días a la calle con una sola idea en él mismo: rastrear historias. Hablaba con quién se le pusiera adelante, buscaba el contacto personal, el contacto visual, la palabra oportuna, el gesto apropiado. No discriminaba posición social, apariencias, género ni diferencias étnicas. Detectaba el brillo en los ojos de las personas, la oscuridad en la mirada. Era capaz de percibir la alegría cuando la veía, esta era brillante y vivaz de colores intensos y cálidos como la mañana. También percibía la tristeza, esta era de color gris y con olor a cianuro. La melancolía era muy fácil de ver ya que el mismo rostro la delataba, con ella no había máscara ni maquillaje que la disfrazara se pintaba de colores pálidos y etéreos, descompuestos. Había ocasiones en que las personas dejaban un rastro, cargaban a cuestas la frustración y el desaliento, los arrastraban y él solo seguía el olor insípido que quedaba. En otras personas el odio y la rabia contenida eran abundantes, dejaban gotas que salpicaban todo a su paso, su olor era fétido como a entrañas podridas. Y no podían faltar las personas falsas y asquerosas, estas olían a mierda y su tono era de oscuridad, difícil de apreciar de inmediato pero fáciles de detectar con su relato. Buscaba la manera de entablar charla y tocar las teclas precisas para sincronizar la armonía, al principio costaba, había que motivarlas, ya después la gente se iba sola, en un solo hilo de charla, a veces era preciso callarlas o detenerlas. No discriminaba, la vida está llena de luces y sombras, de penumbras y oscuridad. Y es que la gente necesita hablar, el contacto social más que una manera de unirse al vulgo es una forma de vomitar su ego, sus formas de ego, la gente precisa de hablar con los demás y ser escuchado, normalmente no escuchar. Él sabía eso y lo aprovechaba, él no era normal precisamente, su técnica era precisa, se encargaba de determinar la matiz del ego y lo motivaba, sabía cómo hacer brotar aquello que la persona llevaba muy adentro y luego no tomaba partido ni censuraba, dejaba que cada quien relatara su propio guion y todos sin excepción caían en el juego, no había bien ni mal, simplemente eran sus propias historias. Escuchaba un variopinto de relatos, desde los más sublimes, los inverosímiles, los tontos y acartonados, ahí había comedia, había drama, amor, misterio, violencia, suspenso ¡De todo escuchaba! Ahí habían amores perdidos, los no correspondidos; injusticias dilatadas y grandes cabronadas; aquel que se fue y no volvió, aquella que lo despreció; venganzas añejas, vendettas familiares, rencores guardados y amontonados; egoísmos, falaces sentimientos, mentiras, odios contenidos, duelos eternizados y nunca superados, épicas batallas familiares. Las personas hablaban de todo, de cualquier cosa imaginable. Aquello era un campo fértil de historias, solo había que cosecharlas. Concluido el día, que podía ser hasta muy tarde, él se retiraba a su habitación y en la medio penumbra de su espacio íntimo escribía. Mientras una copa de tinto o una cerveza liberaban sus efluvios espirituales y adormecidos por el humo embriagador de un cigarrillo él empezaba a armar los fragmentos del día. Menuda tarea reconstruir vidas, hilvanar historias, pegar los retazos rotos de cada quien y armar otras nuevas. De aquel taller de carpintería escrita salían versos de rimas impecables, métricas y precisas sobre despechos amorosos; sobre encuentros sensuales matizados en piel y erotismo puro; historias hilarantes de comedia citadina; los cuentos del bajo mundo ocultos del crepúsculo urbano. Todo era un crisol en donde se fundía cada historia, producto de escuchar, percibir y amarrar en trenzas de letras estructuradas, con principio y fin, nada quedaba sin concluir. La bohemia solitaria del él en la nocturnidad absoluta hacia brotar a los seres humanos en su más encarnada personificación, algunos profanos y heréticos, otros sublimes y etéreos pero todos muy humanos. Y mientras todos dormían él escribía y al final de la trasnochada bohemia, de la embriaguez permitida, la obra estaba concluida. Cuando él lanzaba a los vientos sus historias encarnadas en prosas, poemas, cuentos o simples relatos estos se esparcían y eran consumidos y digeridos por las mismas personas que había escuchado alguna vez, en algún lugar, como pasto seco prendían fuego y encendían pasiones, brotaban suspiros, rabias y lágrimas escondidas. El manejo clandestino y somero de cada personaje hacia que cada quien se sintiera identificado en fragmentos de lo escrito, los mismos fragmentos que él recogió. La misión estaba cumplida, la belleza encarnada en las letras excitaba sentimientos, provocaba reacciones, motivaba pasiones, hacia más humano lo humano. Pero él también tenía su historia y también tenía un corazón. Él también estaba en cada historia.
Ariel Godínez L:.E:.